sábado, 21 de noviembre de 2009

Del autor colectivo

Escribo con reservas; nervioso y temerario a falta de la petulancia del autor cuya dignidad le inspira para escribir asuntos más dignos, bajo la defensa de una literatura metafísica, escapo de la punteria certera para dudar con candor de la actividad misma que aquí incerto. Aunque existe la certeza de que las reflexiones sobre el acto de escribir aquejan a todo sujeto dedicado a ello, no conozco alguno cuyas dubitaciones no se encarnen en una tradición considerada en la actualidad como ociosa o concerniente a los especialistas, principalmente porque los verdaderos problemas surgen de un horizonte que escapa a los enclaves históricos de la institución o, en su defecto, son tratados con pasión ciega incurriendo en usos negligentes que los fomentan. O quizá no.
La vacilación, carente de la rigidez de la duda, subyace aún en las expresiones más sólidas; pocas son las posturas que exteriorizan la conciencia del problema telúrico, tras cuya formulación debieran ir por mandato ético aquellos que nos exponemos a sus zozobras. A pesar de la falta de profundiad y extensión en nustro conocimiento (no se podría esperar otra cosa de nuestros tiempos) no hay argumento que deseche las soluciones que otorgan las facultades psiquicas otras que no han merecido, sino en terrenos románticos o nolstálgicos, justificación en el campo de la legitimidad, por más intentos buscados. Sea pues la exploración por medio de la intuición y del autorreconocimiento o aún de la inercia de los impulsos inconcientes encausados, para, de menos, formular explicitamente el problema: el autor. (Problema tratado vagamente en reciente coloquio)
La figura que otorga legitimidad al discurso en una sociedad cuyas relaciones de fuerza están instauradas por el capital, y la que dota de identidad, vacía o ambigua, ante el sujeto social del capital, es el autor. Claro que los discursos comprendidos en su realidad como mercancias alcanzan legitimidad por el valor que el mismo mercado usufructua de ellos, y que su identidad está dada por el uso, por la práctica, mas quién codifica, sirviendo de alcahuete, dichos accidentes, son las personas que lo dotan de trabajo, entidades cuantificables y cuyas cualidades son objeto de mitificación para una mejor exhibición en los aparadores.
La solución de muchos ha sido negarse a participar de la explotación capitalista, ignorando al mercado con la esperanza de aquel que está dotado de eternidad o, más divino, de impasibilidad: que el sistema actual de fuerzas peresca de inanición. Otros han optado por intentar inmiscuir la alteridad de sistemas de fuerzas, los marginales, en el paradigma capital. Sus esfuerzos, prolíficos, son inspiración.
Multitudes excluidas, condenadas de antemano al exilio, a la purga de las urbes habitadas por las entidades abstractas de la producción capitalista, los migrantes tejen el modelo que han estado siguiendo los narradores y poetas jóvenes. Sin embargo la geografía terrestre también niega aquellos puntos de exilio, los desiertos, ya sea por los riesgos de las bala congonesas o por la vigilancia de las torres petroleras, dejándonos el terreno amasado, reconocido, como una trampa, del internet. Entonces los artistas se vuelcan a direcciones innumeras, con la avidez del deshauciado empiezan a habitar espacios que construyen y habilitan para el ataque, la resistencia y el movimiento crítico de miles de sujetos hartos y activos. Olvidamos que la misma maquinaría fué quién nos dotó de los espacios, que su devenir se configura en la asimilación de las antítesis, y que, por más que lo aplacemos, habrá que descender una vez más a las calles, como parias o tal como los fantasmas productivos que nos precedieron.
Al menos que ejerzamos actividades enfocadas al problema.Tal la negación de autor, de los autores, encaminandonos junto con los artistas plásticos a la masificación de la experiencia artística- no con su producción, en cuyo caso estamos, cayendo en la apatía generada por la extensión infinita de información deslegitimada incluso por nosotros mismos pero a su vez fomentada con plena participación nuestra, sea: simios escribanos simulando ser Cortazar. Una participación en la colectividad de lo que Suely Rolnik llama "mundo como materia-fuerza": "sensaciones", vivencia, daseing, "experiencia vivida", que surge de la reconfiguración colectiva de los metarrelatos de legitimidad, aquellos discursos que servían como sistemas de sentido. Sería experimentar colectivamente la alteridad de las subjetividades, a la par que estas se construyen compartidas; la erotización del autor, la ruptura de su "yo", dolerá a los leopardos laureados en efigie, en el ejercicio lúdico que construye nuevas identidades y nuevos mundos, el ensanchamiento y la ruptura, con esfuerzo, de los horizontes: asomarnos, juntos, al pozo de lo otro con deseo de vértigo.
Felicito los intentos de las nuevas generaciones que caminan estos rumbos.

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