jueves, 10 de diciembre de 2009

La feria

A casi un año para que se realicen las celebraciones conmemorativas del bicentenario del movimiento independentista en México así como el centenario de la revolución −también nacional− a muchas personas nos inquietan una serie de cuestiones: ¿qué es lo que celebramos?, ¿bajo el nombre de quién el gobierno gasta los impuestos de los contribuyentes en decoraciones alrededor de la plancha del zócalo capitalino?, ¿es Felipe Calderón el mayordomo de este año?

Para la primera pregunta hay que poner atención a los últimos sucesos del país. Es obvio, México celebra su autonomía; celebra ser un país que posee una total libertad de detener su desarrollo a largo plazo con medidas efervescentes y fugaces. Un ejemplo, la desaparición de Luz y Fuerza del Centro. Muerto el perro se acabó la rabia; sin embargo, este acto representa un totalitarismo que responde a la necesidad de destripar una plataforma que la misma revolución mexicana forjó. Porque, ¿quiénes son los protagonistas sindicales, económicos y políticos sino aquellos que jugosamente se aprovecharon del revuelo antiporfirista? Resultado: castigar la REVOLUCIÓN.

Los mexicanos creen que la tierra es de las gentes de razón y uno de los motores del movimiento revolucionario fue la repartición de las tierras. Eso no es un hallazgo mío, lo apunto por el simple hecho de seguir tratando de responder la pregunta, ¿qué celebramos?: ¿el triunfo de los ideales zapatistas? En nuestros días, las familias llevan en sus hombros la preocupación de pagar incrementos económicos mensuales (estipulados constitucionalmente) por vivir en un país como el nuestro. Y no lo digo con desprecio, «es un gran honor ser mexicano» dicen las muchachas guapas en la tele cuando sería mejor decir: «qué gran orgullo vivir dignamente en México», porque quién que se diga mexicano (alburero, matalascallando, alegre, parrandero, etcétera) conoce todas las maravillas naturales que presumimos a toda hora.

Y es que la famosa frase que canta: «como México no hay dos» quizás y sea una de las grandes mentiras nacionales; ya que, en efecto, uno es el país que día a día vivimos y otro muy distinto al de la idea de nación que los movimientos históricos han edificado con ayuda de emblemas y héroes que se superan unos a otros.


Mi nombre es Rafael Acosta Juanito, señor. Tengo todo para gobernar porque conozco los problemas de Iztapalapa, porque desde hace treinta años he luchado por las familias de esta delegación y porque no soy un ladrón como todos los demás políticos. A mí no me da pena decir que he dado bola o vendido chicles. Y por supuesto que sí señor, si las cosas salen como hasta ahora, y Dios quiere, nos vamos a buscar la presidencia de México.


De modo que es totalmente acertado el que México celebre su revolución, que alumbre y cante a la patria, a la nación, los emblemas cívicos, al símbolo de la unidad y de justicia que hace de nuestra patria la nación independiente, humana y generosa, a la que le entregamos nuestra existencia. Y cómo no celebrarla, si al hacerlo se difunde una noción de historicidad que la hace parecer cosa resuelta, cuando la verdad es que la revolución todavía no termina; duerme, y ante el más mínimo bostezo intentamos mirar a otro lado pues hoy en día la revolución, como cualquier otra cosa, está tan al alcance de nuestra mano como un artículo a doce meses sin intereses.

Pero, ¿a nombre de quién el Ejecutivo hace tal despilfarro de dinero? No hemos echado números, nomás se los dejo al costo: 60 millones de dólares será el precio de una noche de parafernalia y algarabía a cargo de una empresa norteamericana de nombre Autonomy. Bonito nombre para la ocasión.


Lástima que todo ese alboroto de las luces en el Zócalo no haya caído en los días de San Judas. Aunque de todos modos a la hora que paso por la pancha todavía no prenden los focos de Catedral ni Palacio Nacional. A ver si a la Yaya se le ocurre tomarle una foto a todo el argüende, ella que tiene que ir a todo eso por cosa de la escuela.


El palimpsesto en la escritura de la Historia no es sino el producto de la resina que cubre otra resina que a su vez se oculta con resina. Y es que mientras el continente latinoamericano avanza con pasos constantes hacia el reforzamiento de los andamios que aún sustentan su techo ideológico-social, México no sólo celebra la dependencia con los Estados Unidos Norteamericanosm sino también, una efervescencia revolucionaria parecida a la de principios del siglo XIX.

El politeísmo no erradicado de México, como algunos creen o afirman, exige un tributo a un mosaico impresionante de santos, independentistas y revolucionarios
(San Judas Tadeo, San Emiliano Zapata, San Villa). Es por eso que un carnaval de las proporciones como del bicentenario debe de tener una estructura donde la pluralidad de los mexicanos se sienta identificada con alguno de los segmentos logísticos del regocijo festivo. La celebración comprende circuitos de tránsito, conciertos, exposiciones artísticas, publicaciones de libros, propagandeo de biografías al estilo Enrique Krauze, máscaras, baile y todo el conjunto de elementos que la visten de mole y china poblana.

A todos está dirigida esta fiesta, pues tenemos tan endebles las figuras nacionales que como dicen: «cada quién le reza a su propio santo». El mismo San Elizondo el Salvador ya decía que el pueblo mexicano es antropológico en esencia; aquí no se castiga a la traición ya que no tenemos nada que traicionar. La ruptura de valores llegó a tal grado que la doble moral es el pan nuestro de cada día. Porque no nos reímos de nosotros mismos, ni aparentamos disfrutar la mala cara que tienen los precios y la corrupción. ¿Cuántas personas estarán viendo en este momento el torneo de clausura? Y sigue la yunta andando.


Se va llevar un premio el primero que me traiga un zapato, unas llaves o me diga el nombre completo de Benito Juárez.


No hay que olvidar que el presidente Felipe Calderón propuso una ley de ingresos o paquete económico (2% adicional al cobro de todos los productos de consumo) como estrategia para rescatar a los pobres de la miseria.
Así que la tercera respuesta ha sido una serie de caminos que parecieran no estar interesados en contestarla; sin embargo, puedo decirles que lo hice con la finalidad de llegar a la siguiente conclusión: la fiesta que México celebrará lleno de bríos y corazones alegres será pagada por los mexicanos. Lo anterior tampoco es una brillantes mía. Ustedes dirán: escritor estúpido, ¿creías que lo iba a pagar Carlos Slim, o qué?, pero sólo lo digo para aclarar dudas si es que hay un lector que recién se ha enterado de cuántos impuestos debe pagar un trabajador por ser productivo.

La feria que protagonizaremos en menos de 358 días ya se pone su vestido largo. Cada quién tiene una opinión sobre ella y ésta es la mía: no celebremos una revolución pues esta no ha terminado, hagamos una que en doscientos años se pueda recordar como una verdadera muestra de amor y respeto por el Norte, por el Sur, por Sinaloa y Tamaulipas, por Zapotlán, por la UNAM y por México.

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