martes, 29 de diciembre de 2009

La feria II

28 de diciembre. En Pino Suárez se suben los fieles. Una madre con sus 8 niños, todos inquietos, todos pisan el metro con absoluta seguridad, todos traen a San Judas en la playera y en las manos. “Mete un metro en el boleto anaranjado y a media realidad te bajas, qué país”. Esto es el centro de Tochotitlán. En Allende se pierde la visión del santo; él va pasandito, a San Hipólito. Ya estamos en el mero ombligo de la Luna. ¿Qué encuentra el hombre en un centro astral? Vimos una pista de hielo, un pabellón de guerras de nieve, un tobogán de invierno. Vimos a los niños arrojándose masas frías, cascos azules contra cascos rojos, a pesar de que acá sólo nieva en los cerros altos. Vimos el viejo palacio de gobierno, la catedral en hundimiento contra la piedra blanda. Vimos las gradas repletas a los costados de la pista, la circulación instintiva de los patinadores. Vimos la síntesis de México: todo azarosamente unificado, todo esquizoidemente segmentado.

En Bolivar y Carranza llegaron todos los vagabundos de la ciudad en un solo cuerpo y con una baraja española. Al puro talón, le dimos dos pesos y medio en vez de los diez que pedía. Claro que nos confronta, ¿qué sería de nosotros si no lo hiciera? Y dice: “Los españoles, son los enemigos de él”. Entonces, en incomprensible ignorancia, preguntamos: ¿Cuáles españoles? Y apenas aterrizado, con los ojos floreciéndole, ulula: “No tienes idea de lo que es vivir en sueños”. Al instante, despega y discurre: “Los españoles, porque no creen que yo les pueda sacar los ojos, ellos son sus enemigos de él.” Enseña un cuatro de oros y desaparece con dos cincuenta.

La noche se deja venir. Desde el Eje Central atestiguamos la altura de una radiante rueda de la fortuna. A un costado de la Alameda, media Avenida Hidalgo fue ocupada por la feria. San Judas reaparece bien escoltado, filas de diez o más creyentes vienen abriéndose paso entre la multitud, todos con la estopa en sublimación. Son jóvenes, aunque varios son más bien niños, quieren subir a las máquinas más huevudas, al Júpiter, dios indiscutible de la feria, que te trepa bien alto con violencia, te pone patas parriba y luego te arranca del cielo en caída curva.

La música es múltiple. Cada estructura chirría a su modo, pero la mezcla de las canastas manda. Las muchachas suben al juego, toman asiento y comienzan a girar alrededor del gran motor. Los encargados rielan de pie entre las canastas, se suben en ellas, de madrazo las giran sobre su propio eje, están bailando. Las muchachas gritan, se ven lindas. La mezcla truena, puro electro bien tupido. Hay casas de terror de dos pisos con un brazo mecánico enorme que se extiende hacia fuera, que sube y baja, que sostiene una cabeza humana. Por sus balcones salen los carritos mecánicos, los niños saludan hacia abajo y entran de nuevo al terror de segunda mano.

Veinticinco lanas para subir a la rueda de la fortuna. La canastilla se eleva en la noche mexicana. Todo se trastoca. No hay ficción. Bretón estaba equivocado, México no es un país surrealista. Bienvenido a esta otra ciudad luz, cariño. La Avenida Hidalgo hierve, es río eléctrico, los autos fluyen despacio. Hacia Reforma, los espectaculares de neón vibran con Coca-Cola y Corona; parece que nadie extraña a la región más transparente. Un mendigo de caricatura pasa, parece de caricatura, pero ¿caricatura de quién? De él mismo y de paso, de todos. Estuvimos en su pecho, dentro de su inverosímil ropa, nosotros, sin olvidar a uno sólo, le dimos aliento. El mendigo pasa y está vivo, respira e inhala del nudo que lleva en el puño. La cúpula de Bellas Artes y la Latinoamericana son siluetas, la luminosidad de la feria las opaca. Todo humea, este espectáculo humea, eso se ve sólo desde arriba. Tres motonetas hieren la avenida a todo volumen, fieles del santo, llevan la confianza del chingón, las cabezas erguidas, teñidas de colores sin nombre, rapadas en la nuca y costados, con figuras zigzaguentemente alucinadas. Allá arriba estuvimos pensando esto es la ciudad de México, la ciudad de México en México, la ciudad de México en Latinoamérica, etcétera. Pensamos esto es México, México en una laguna, en la laguna un nopal, etcétera. Allá arriba vimos al santo de las causas perdidas y vislumbramos el porqué de tanta devoción. “Ruega por mí, estoy solo y sin ayuda. Te imploro hagas uso del privilegio especial que se te ha concedido, de socorrer pronto y visiblemente cuando casi se ha perdido toda esperanza.”¿Qué otro santo para nosotros?

Por supuesto que no es todo. Hay más. Esto es Tochotitlán. La guadalupana ya milagreó demasiado y a nosotros no deja de faltarnos. Por eso tenemos también a Jesús Malverde, a la Niña Blanca, la Santa Muerte.

Cierto, nuestra rueda de la fortuna quedó estática en la cima.

2 comentarios:

Samuel Cortés Hamdan dijo...

¿A dónde vamos a llevar nuestro bajón gigantesco y enredado en las características de su problema? ¿Qué puede ofrecerles a todos ellos la insuficiencia de nuestro entusiasmo? ¿Cuál es el trabajo?

Kin dijo...

También tenemos al niñopa, al santo, a tin-tan y a rigo tovar, a jose alfredo y a frida. México no existe sin el norte sin el sur sin las costas sin las penínsulas, sin sus islas sin sus pueblos. "méxico" así entre comillas y con minúscula son las telenovelas, los espectáculos el american-mexican way of life. Yo digo NO, viva la diversidad de un país o muera su ficticia homogeneidad.

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